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Escena IX.
Los mismos y los caballeros enmascarados.
Un Cab. |
¿Qué mandais?
| Fern. |
(Señalando á Cardenio.)
Sin dilacion
sujetadle sin herirle. (Los caballeros obedecen.)
| Card. |
(Defendiéndose.)
¡Infames!
| Fern. |
(Á Lucinda.)
Ahora vos
seguidme.
| Luc. |
¡Nunca!
| Fern. |
(Queriéndola arrebatar en sus brazos.)
Por fuerza.
| Luc. |
¡Socorro!
| Card. |
(Luchando y con voz ahogada.)
¡Amigos, traicion!
(D. Fernando, con la ayuda de los enmascarados, procura conducir por fuerza á Lucinda hácia la puerta del fondo, mientras otra parte de sus cómplices en el rapto sujetan á Cardenio. Á las voces de estos, el Cura, el Barbero y Dorotea salen de sus habitaciones, y el Ventero, Maritornes y los caminantes, que al principio del acto formaban el corro del baile, aparecen en distintas direcciones. Los embozados, viendo que acude tanta gente, hacen un esfuerzo supremo para ganar la puerta de salida al campo; pero en ella aparecen los Cuadrilleros, que acuden atraidos al rumor de los gritos y traen preparados los arcabuces y las ballestas. D. Fernando y los suyos, encontrándose sorprendidos, dejan su presa y requieren las espadas y pistolas á fin de salvarse. Lucinda, libre, se arroja como para ampararse en los brazos de Cardenio. Dorotea, al reconocer á D. Fernando, permanece asombrada; y este último, confundido y sin saber qué partido tomar, queda en medio de la escena, cuyo fondo cierran los Cuadrilleros.)
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