Fern. |
¡Desmayada! Por quien soy
que ocasion mas importuna...
¡Voto á mi negra fortuna!
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Luc. |
¡Ah! (Volviendo en sí poco á poco.)
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Fern. |
Ya vuelve.
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Luc. |
(Incorporándose.) ¿Dónde estoy?
¿Es vision engañadora,
hija de un sueño quizá?
Sola... en este sitio... ¡Ah!
(Viendo á D. Fernando.)
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Fern. |
Tranquilizaos, señora.
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Luc. |
¿Quién sois?
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Fern. |
Cuidados no os den,
que segura estáis conmigo.
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Luc. |
Pero ¿quién sois?
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Fern. |
Un amigo
que vela por vuestro bien.
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Luc. |
En balde os habeis tapado
con la máscara el semblante;
á ocultaros no es bastante...
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Fern. |
Sabeis que soy?...
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Luc. |
Un malvado.
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Fern. |
Nunca.
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Luc. |
Vuestra condicion
muy en descubierto queda,
pues no hay máscara que pueda
disfrazar el corazon.
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Fern. |
Á insulto tan arrogante
de esta manera respondo.
(Se quita la máscara.)
Señora, yo á nadie escondo
nunca el nombre ni el semblante.
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Luc. |
¡Don Fernando!
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Fern. |
El mismo, si;
no me escondo, ya lo veis.
Sin duda os sorprendereis
de hallarme, señora, aqui.
No soy el hombre malvado
que contra damas conspira,
soy caballero, que mira
por su decoro ultrajado.
¿Enmudece vuestra lengua
sin saber lo que decir?
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Luc. |
¿Y qué pudiera añadir
que no diga vuestra mengua?
Porque falsa no mentí
del altar sagrado al pié,
y del cielo me amparé,
y de vuestro amor huí,
escarneciendo el dolor
y su asilo profanando,
¿acostumbrais, don Fernando,
á probar vuestro valor?
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Fern. |
Pues la lucha está empeñada,
probaros he de poder,
que si robo á una mujer
nunca negaré mi espada.
Á mas... en esta ocasion
vos no me podeis culpar,
porque esto solo es pagar
la traicion con la traicion.
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Luc. |
¡Traicion... y mia!
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Fern. |
Si á fé.
¿Olvidó vuestra memoria
de lo pasado la historia?
Pues yo os la recordaré.
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Luc. |
¡Callad! ¿Á qué recordar
esa historia de falsia,
que á tener mas hidalguia
os debiera avergonzar?
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Fern. |
¿Quereis que ande de mil modos,
por vuestra imprudencia loca,
mi nombre de boca en boca,
siendo la burla de todos?
¿Pensais que sufrir yo puedo
que en palacio ó en la calle,
donde quiera que me halle,
me señalen con el dedo?
Si lo esperais es en vano,
y tal delirio olvidad:
pues por fuerza ó voluntad
será mia vuestra mano.
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Luc. |
Si de mi padre el mandato
contra mi fé se estrelló,
¿pensais que cediera yo
á vuestra fuerza ¡insensato!
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Fern. |
Ved que mia habeis de ser.
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Luc. |
¡Primero sabré morir !
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Fern. |
Eso... es fácil de decir, (Con ironia.)
pero difícil de hacer.
Pues con tiempo y desengaños
yo os dejaré convencida,
de que ni á sufrirlo hay vida
ni hay mal que dure cien años.
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Luc. |
Basta: sabed respetar
de los débiles el fuero.
No debe el que ciñe acero
á un indefenso insultar.
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Fern. |
Puésto que asi lo quereis,
basta de reconvenciones,
y estas últimas razones
de mis labios solo oireis.
Ni las rejas del convento
ni de Cardenio el furor,
ni menos vuestro dolor,
me apartarán de mi intento.
He decidido, y concluyo,
que vos mi esposa sereis:
tomadlo si lo quereis
como amor ó como orgullo.
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Amb. |
(Desde la puerta.)
Todo está pronto, señor. (Se retira.)
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Fern. |
¿Veis, Lucinda encantadora?
De partir llegó la hora:
deponed ese rigor,
y siempre hallareis en mí
un sumiso y tierno amante.
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Luc. |
¿Dónde habrá fuerza bastante '
á separarme de aqui?
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Fern. |
No insistais.
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Luc. |
Mil veces no.
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Fern. |
¡Lucinda!
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Luc. |
¡Atrás!
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Fern. |
¡Lo quereis!
por fuerza me seguireis.
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Luc. |
¡No hay quien me defienda!
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Card. |
(Que algunas palabras antes se habrá asomado á la puerta de su habitacion, se interpone entre ambos.)
¡Yo!
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