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CANTO.
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Cuads. |
En nombre del rey
la espada entregad.
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Quij. |
¿Y quién me lo manda?
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Cuad. |
La Santa Hermandad.
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Quij. |
¿Y á mí qué me importa
la Santa Hermandad?
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Sancho. |
Estamos perdidos:
¡la Santa Hermandad!
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Barb. |
Á mal tiempo llega
la Santa Hermandad.
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Quij. |
En vano á que la espada
os rinda me intimais;
si alguno tan osado
entre vosotros hay
que de venir por ella
se siente con valor,
que venga, y por mi nombre
juro que le hago dos.
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Coro. |
Firmeza y no haya miedo,
la presa es de interés,
que el hombre á quien buscamos
sin duda este ha de ser:
las órdenes saquemos,
sus señas fijan bien,
sabremos consultándolas
si es él ó si no es él:
leed... leed...
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Quij., Sancho y Barb. |
¿Qué diablo irán á hacer?
Á un tiempo.
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Cuad. |
Alto, seco,
gran mostacho,
nariz larga
y ojos pardos.
Este es.
Es rechoncho
el escudero,
mofletudo,
labios gruesos:
será aquel.
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Quij. |
Me examinan
y hablan bajo:
¿qué dará
por resultado?
No lo sé.
Mas no importa:
ya veremos
quién se atreve
un caballero
á prender.
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Sancho. |
Ya nos miran
de alto á bajo:
de mi rucio
y mi ducado
que vá á ser,
si me soplan
estos cuervos
donde el sol
en mucho tiempo
no me dé?
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Barb. |
Lo examinan
y hablan bajo:
¿qué dirá
en ese mandato?
no lo sé.
Mas no importa,
yo á esos cuervos
con razones
ó dineros
domaré.
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Cuad. |
(Guardando los papeles y preparando los arcabuces.)
Del soberano en nombre
y en nombre de la ley,
de nuevo os intimamos
para que preso os deis.
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Quij. |
¡Yo preso!!
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Cuad. |
Asi lo mandan,
cumplirlo es precision.
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Quij. |
¡Yo preso!
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Cuad. |
Y al instante
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Quij. |
¡Yo preso! ¡Vive Dios!!
(En un arrebato de cólera.)
Bellacones, malandrines,
¿dónde visteis en la vida
á los nobles paladines
en las cárceles meter?
¿Cuál decid, fué el caballero
que no dió trescientos palos
á trescientos cuadrilleros
que lo fueran á prender? (Acomete.)
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Cuad. |
Á las armas, compañeros,
compañeros fuego en él,
que entregarle á la justicia
muerto ó vivo es menester.
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Sancho. |
Ya tenemos enredada
otra torre de Babel;
yo no sé si mi garganta
es de carne ó de cordel.
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Barb. |
(Interponiéndose y hablando con el coro.)
Mirad, señores,
qué vais á hacer.
Ese hombre es loco.
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Cuad. |
¡Quiá! no lo es.
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Barb. |
(Enseñándoles un bolsillo con disimulo.)
Que es loco os digo,
miradlo bien.
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Coro. |
Calle... y es cierto, (Mirándole con atencion.)
lo es... lo es.
(Envainan las espadas y descansan las armas.)
Puesto que satisfecha
dejamos á la ley,
valientes Cuadrilleros,
descansen y á beber.
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Barb. |
Envainan las espadas
y piden de beber,
tornóse el fuego en humo,
ya nada hay que temer.
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Quij. |
Con solo una mirada
los hice estremecer.
No tengas, Sancho, miedo
mientras contigo esté.
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Sancho. |
(Abrazando el rucio.)
Te libras de un embargo,
me libro del cordel;
ven, rucio de mi vida,
cien besos y otros cien.
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HABLADO.
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Sancho. |
¿Qué tal... tenia motivos
para no entrar en la venta?
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Quij. |
¿Has visto Sancho en tu vida
hazaña mas estupenda?
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Sancho. |
Buena hazaña nos dé Dios,
y por poco no nos cuelgan.
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Barb. |
Invencible caballero,
despues de tan alta empresa
que descanseis es preciso.
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Quij. |
No lo haré si no confiesan
todos antes, que soy yo
quien dueño del campo queda.
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Barb. |
Asi lo confirman todos.
(Hacen los grupos señal de asentimiento con risa disimulada.)
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Quij. |
Seguiros entonce es fuerza.
(El Barbero lleva a D. Quijote al cuarto de la escalera. Sancho se dirige hácia la cuadra con el rucio y al pasar junto á Maritornes la tropieza.)
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Sancho. |
Ven, rucio mio, á la cuadra;
feliz tú que solo piensas
en el pienso, mientras yo
por los dos siento las penas...
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Mar. |
¡Arreee! Maldito sea el burro
y el mas burro que lo lleva.
El demontre del botijo...
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Sancho. |
Bellaca, como le vuelvas
á tocar, te salto un ojo;
es decir, te dejo ciega.
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Mar. |
¡Ay, que si voy por la manta!...
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Sancho. |
El demontre de la tuerta...
(Sancho se marcha por la izquierda: el coro de cuadrilleros y la demas gente en distintas direcciones, y el Barbero, despues de dejar á D. Quijote en su cuarto, entra en la habitacion en que figuran estar Dorotea y sus compañeros. Cuando la escena está despejada entra precipitadamente el mismo caballero embozado y cubierto con mascarilla de viaje de la escena segunda, y cambia con el Ventero algunas palabras, despues de las cuales entran D. Fernando, tambien cubierto el rostro con mascarilla, trayendo en sus brazos á Lucinda, en hábito de religiosa, desmayada y mal envuelta en un manto negro.)
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