Barb. |
¡Hola, Ventero!
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Vent. |
¿Qué manda
su merced?
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Barb. |
¿Hay en la venta
donde alojarnos, con mas
dos amigos que se esperan?
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Vent. |
Su merced y la compaña
pueden mandar en mi hacienda.
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Cura. |
¿Qué cuartos hay?
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Vent. |
Los del frente
y aquel que está en la escalera.
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Cura. |
En aquel á don Quijote
se puede alojar, y en estas
habitaciones nosotros.
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Vent. |
Señores, yo... bien quisiera
que...
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Barb. |
Vaya, decid.
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Vent. |
Negarlo
gran repugnancia me cuesta;
pero...
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Cura. |
Acabad.
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Vent. |
Ese loco
en mi posada no entra.
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Barb. |
¿Y por qué?
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Vent. |
Porque... uno vive
de lo que el marchante deja...
Ya otra vez le tuve aqui,
y al presentarle la cuenta,
con su lanza estuvo en poco
que me abriera la cabeza.
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Cura. |
No se irá en esta ocasion
sin pagaros.
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Vent. |
Ni por esas.
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Barb. |
¡Vaya, buen hombre!
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Vent. |
Ese hidalgo
arma por todo una gresca.
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Cura. |
No temais.
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Vent. |
Y si la Santa
Hermandad, que aqui se hospeda,
llega á saberlo y le prenden
por haberle dado suelta
á aquel rosario de pillos
condenados á galeras,
¿no pierdo el crédito yo?
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Barb. |
Vamos, callad, y á la cuenta
añadid este ducado (Le dá una moneda.)
por mordazas de conciencias.
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Vent. |
En fin... porque no se diga...
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Card. |
Las habitaciones nuestras
¿cuáles son por fin?
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Cura. |
Seguidme.
Y vos tambien, Dorotea,
descansaremos.
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Dor. |
Entonces
¿quién á don Quijote espera?
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Barb. |
Entrad, entrad sin cuidado;
yo quedo de centinela.
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