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La Vega del Parnaso
póst. 1637
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Selección:
El siglo de oro
Huerto deshecho
El siglo de oro
Silva moral
Fábrica de la inmensa arquitectura
de este mundo inferior que el hombre imita,
pues como punto indivisible encierra
de su circunferencia la hermosura,
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5 | y copiose la tierra
de cuanto en ella habita,
con tantos peregrinos ornamentos,
llenos los tres primeros elementos
de peces, fieras y aves, que vivían
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10 | de toda ley exentos,
si bien al hombre en paz reconocían.
Aun no pálido el oro,
porque nadie buscaba su tesoro,
y el diamante tan bruto, aunque brillante,
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15 | que más era peñasco que diamante;
los árboles sembrados de colores,
y los prados de flores,
buscando los arroyos sonorosos
en arenosas calles;
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20 | por las oblicuas señas de los valles
los ríos caudalosos,
y soberbios los ríos,
entre bosques sombríos,
vestidos de cristales transparentes,
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25 | sin volver la cabeza a ver sus fuentes,
anhelando a Oceanos,
perdiendo en él sus pensamientos vanos,
y sin temor alguno
de verse el tridentífero Neptuno
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30 | oprimido del peso de las naves,
abriendo sendas por sus ondas graves
los hijos de los montes
excelsos pinos y labradas hayas,
para pasar por varios horizontes
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35 | a las remotas playas
de climas abrasados,
frígidos o templados.
Ni el caballo animoso relinchaba
al son de la trompeta,
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40 | ni, la cerviz sujeta
al yugo, el tardo buey el campo araba,
que sin romper la cara de la tierra,
con natural impulso producía
cuanto su pecho generoso encierra,
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45 | que como en la primera edad vivía,
con desorden florida y balbuciente
daba pródigamente
con fértil abundancia
al mundo su riqueza,
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50 | porque, como mujer, naturaleza
es más hermosa en la primera infancia.
No haciendo distinción de tiempo alguno,
daba flores Vertuno
con diferentes frutas primitivas;
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55 | las parras y pacíficas olivas
y la dodónea encina, por la rubia
Ceres, que no tenía
necesidad de lluvia,
y de su misma caña renacía,
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60 | matizando los campos de violetas,
de rosas y de cándidas mosquetas,
no de otra suerte, que la alfombra pinta
el tracio con la seda de colores,
en cada rueda de labor distinta,
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65 | arábicos carácteres y flores,
que la naturaleza aun no pensaba,
que el arte su pincel perficionaba.
A la parte oriental, Euro tendía
las alas vagorosas,
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70 | el austro y mediodía,
y Bóreas fiera a las distantes osas
por el Septentrión temor ponía;
el sol por sus dorados paralelos
comenzaba el camino de los cielos,
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75 | que por no diestra del calor la copia
blanca Alemania fue negra Etiopia,
cuya eclíptica de oro no sabía
el nombre de los signos que tenía,
ni en su campo pensó que espigas de oro
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80 | paciera el Aries y rumiara el Toro.
La casta luna en su argentado plaustro
no se mostraba al austro
lluviosa, alternativas las dos puntas,
una a la tierra y otra al claro cielo,
|
85 | sino pidiendo con las manos juntas
calor al sol para su eterno hielo;
sin temer el piloto en los confines
del vasto mar astrólogos delfines,
que, pacífico rey de su elemento,
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90 | se imaginaba superior al viento.
Los hombres por las selvas discurrían,
amando sólo el dueño que tenían,
sin intereses, sin celos.
¡Oh dulces tiempos, oh piadosos cielos!
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95 | Allí no adulteraba la hermosura
el marfil de su cándida figura,
ni la fingida nieve
y el bastardo carmín daban al arte
lo que naturaleza no se atreve;
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100 | ni a Venus bella en conjunción de Marte
al cielo el sol celoso descubría,
ni en Chipre se vendía
amor artificial: ¡Oh siglo de oro,
de nuestra humana vida desengaño,
|
105 | si vieras tanto engaño,
tan poca fe, tan bárbaro decoro!
Todo era amor suave, honesto y puro,
todo limpio y seguro,
tanto, que parecía
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110 | una misma armonía
la del cielo y el suelo
que aspiraba a juntarse con el cielo.
En este tiempo de los altos coros
hermosa virgen con rëal ornato
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115 | bajó a la tierra, que adoró el retrato
de Júpiter divino, y por los poros
de sus fértiles venas
vertió blancos racimos de azucenas.
Y las fuentes sonoras
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120 | provocaban las aves
a canciones suaves
en las del verde abril frescas auroras,
que del son de las aguas aprendieron
cuantos después cromáticos supieron.
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125 | Venía una castísima doncella,
vestida de una túnica esplendente,
sembrada de otras muchas, siendo estrella,
y una corona en la espaciosa frente,
cuya labor y auríferos espacios
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130 | ocupaban jacintos y topacios.
Los coturnos con lazos carmesíes
forjaban esmeraldas y rubíes
que descubría el céfiro suave
de la fimbria talar con pompa grave;
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135 | un ardiente crisólito la planta
para estamparla en tierra pura y santa.
No sale de otra suerte por el cielo
con frente de marfil y pies de hielo
la cándida mañana,
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140 | guarneciendo de plata sobre grana
la capa de zafiros,
de las sombras somníferos retiros,
y volviendo de inmensas pesadumbres
reflejos a sus mismas claridades,
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145 | de montes y ciudades,
cúpulas altas de gigantes cumbres
a la noche tenía
en negro empeño hasta el futuro día.
Los hombres, admirados
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150 | de ver tanta hermosura,
preguntaron quién era,
no habiendo visto por los tres estados
del aire exhalación tan viva y pura
ni pájaro raro, que pudiera
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155 | ceñir la frente de tan rica esfera,
ni dar tales asombros
resplandecer sus hombros
con alas de oro, plumas de diamantes
no conocidos antes,
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160 | y aun presumir la admiración pudiera,
que el sol bajaba de su ardiente esfera
a vivir con los hombres como Apolo,
viéndose arriba, como sol, tan sólo.
Entonces, de sí misma esclarecida,
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165 | la hermosa reina a su piadoso ruego,
por una rosa de rubí partida,
en el jardín angélico nacida,
«Yo soy, les dijo, la Verdad», y luego,
como dormida en celestial sosiego
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170 | quedó la tierra en paz, que alegre tuvo
mientras con ella la Verdad estuvo,
que cuanto en ella vive
su misma luz y claridad recibe.
Pero felicidad tan soberana
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175 | poco duró por la soberbia humana,
porque en países de diversos nombres,
por cuanto el mar abraza,
en esta universal del mundo plaza
el número creciendo de los hombres,
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180 | desvanecido el suelo
presumió desquiciar la puerta al cielo,
y habiendo ya ciudades
y fábricas de inmensos edificios,
con armas en los altos frontispicios,
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185 | comenzaron con bárbaras crueldades,
intereses, envidias, injusticias,
los adulterios, logros y codicias,
los robos, homicidios y desgracias,
y no contentos ya de aristocracias,
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190 | emprendieron llegar a monarquías.
La púrpura engendró las tiranías,
nació la guerra en brazos de la muerte,
los campos dividieron fuerza o suerte,
dispuso la traición el blanco acero
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195 | para verter su propia sangre humana,
y fue la envidia el agresor primero,
y procedió la ingratitud villana
del mismo bien a tantos vicios madre,
infame hija de tan noble padre.
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200 | Bañó la ley la pluma
en pura sangre para tanta suma,
que excede su papel todas las ciencias.
Tales son las humanas diferencias.
Pero por ser los párrafos primeros
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205 | y ser los hombres como libres, fieros,
no siendo obedecidas,
quitaron las haciendas y las vidas
a sus propios hermanos y vecinos
y hicieron las venganzas desatinos,
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210 | porque, dormidos los jüeces sabios,
castiga el ofendido sus agravios.
Robaban las doncellas generosas
para amigas, a título de esposas,
traidores a su amigo,
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215 | y todo se quedaba sin castigo,
que muchos que temieron
por no perder las varas, las torcieron,
y muchos que tomaron,
pensando enderezallas las quebraron.
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220 | ¡Oh favor de lo reyes!
Del sol reciben rayos las estrellas;
telas de araña llaman a las leyes,
el pequeño animal se queda en ellas
y el fuerte las quebranta.
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225 | ¡Ay del señor que a sus vasallos deja
al cielo remitir la justa queja!
Viendo pues la divina Verdad santa
la tierra en tal estado,
el rico idolatrado,
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230 | el pobre miserable,
a quien ni aun el morir es favorable,
mientras más voces da, menos oído;
el sabio aborrecido,
escuchado y premiado el lisonjero,
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235 | vencedor el dinero,
José vendido por el propio hermano,
lástima y burla del estado humano,
y entre la confusión de tanto estruendo
Demócrito riendo,
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240 | Heráclito llorando,
la muerte no temida
y para el sueño de tan breve vida
el hombre edificando,
ignorando la ley de la partida,
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245 | con presuroso vuelo
subióse en hombros de sí misma al cielo.
*
Huerto deshecho
Metro Lírico
Al ilustrísimo señor Don Luis de Haro
Haro, de la alta esfera
gloria, y honor del monte de Helicona,
donde mejor pudiera
mover el sol su espléndida corona
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5 | y con mayor eclíptico decoro
que en sus eternos paralelos de oro
oye con rostro afable
no de Marte el furor, ni las fortunas
del mar inexorable,
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10 | que entre lares domésticos algunas
suelen causar al sentimiento efetos
que el genio obligan a formar concetos.
Antiguamente fueron
dignos los huertos, si las flores amas,
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15 | del honor que les dieron
los griegos y latinos epigramas,
vivas estatuas cuya ilustre pompa
no hay fuerza de los siglos que la rompa.
Quejábase la tierra
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20 | en su principio, que el celeste manto
tanta hermosura encierra,
y Júpiter, que amó las selvas tanto,
porque no pudo darle luces bellas
las flores igualó con las estrellas.
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25 | En el laurel constante
vivió ninfa gentil; celosa ardía
Clicie, de Febo amante;
a Narciso mató su filautía;
joven era el jacinto, y las hermosas
|
30 | plantas de Venus purpuraron rosas.
El fruto del discreto
moral, sangre de Píramo colora;
con tierno y dulce afeto
la madre del Amor a Adonis llora.
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35 | Tú, pues tuvieron almas, oye en tanto
que lloran flores los que dellas canto.
En la primera parte
de la tiniebla en que la noche fría
su oscuro imperio parte,
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40 | los temerosos párpados abría
con luz intercadente y breve el cielo,
manchado a nubes el purpúreo velo.
Sólo en silencio mudo
a sí misma la Noche se escuchaba,
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45 | y en el informe y rudo
principio estar segunda vez juzgaba
cuantas naturalezas tienen forma
del claro sol que su materia informa.
Temblaba de la tierra
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50 | la cara que afeitaron tantas flores,
amenazando guerra
la caja de los Polos tronadores
y las colunas que los arcos fían
cañones de cristal estremecían,
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55 | cuando de los terrenos,
húmidos monstros, que el planeta cuarto
engendra por los senos
nubíferos, ya rotos, brama el parto,
silbando por el viento y polvo ciego
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60 | en selvas de agua, víboras de fuego.
Tantas balas de nieve
escupe la invisible artillería,
y tantos mares llueve,
que parece que en ira y en porfía
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65 | con nueva injuria a los gigantes fragua
en Etnas de temor sepulcros de agua.
Alivio de mis males,
Mísero huertecillo, que dormía
libre de penas tales,
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70 | sus flores acechando el alba al día
para abrir de pimpollos tanta suma,
y yo su luz para tomar la pluma,
a un tiempo nos quejamos
él con la voz, de que le roba el viento
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75 | las flores y los ramos,
y yo de ver que en su furor violento
no respetase Júpiter airado
la verde oliva y el laurel sagrado.
Fulminaba tronantes
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80 | rayos al mundo el celestial teatro
que bordaron diamantes,
y uno en furor los elementos cuatro,
pensaron que el motor que los gobierna
desengarzaba la cadena eterna.
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85 | No bien la blanca aurora
los jazmines del pie puso en la plata
del coturno que dora
al tiempo que con la luz el sol los ata,
cuando salí por ver qué fruto alcanza
|
90 | la fe con que sembré tanta esperanza.
No siente más fatigas
mísero labrador cuyo sembrado
coronaban espigas
cuando miró las líneas del arado
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95 | su primero sudor, y del novillo
limpias las eras y burlado el trillo,
que yo mi inútil huerto,
robado como Hespérides de Alcides,
y en el campo desierto
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100 | otra Numancia de árboles y vides,
un Sagunto de flores y retamas,
las piedras hojas y los muros ramas.
Sobre mojados limos,
Troyas de manutisas y claveles,
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105 | pámpanos y racimos
de un cenador, ya título, doseles,
porque le puso el tiempo en alto estado,
la arena de sus pies hicieron prado.
Cual suele de mañana
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110 | antes de consultar el claro espejo,
sin falsa nieve y grana,
salir la dama en pálido bosquejo,
que desmintió lo que mentido había,
a la noche clavel y lirio al día;
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115 | y ya huésped extraño,
su amante apenas sabe consolarse,
y llamándose a engaño,
más solicita el irse que el quedarse,
así mi huerto en el lluvioso abismo
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120 | amaneció mentira de sí mismo.
Un árbol cuyo fruto
desatados corales imitaba,
volvió la pompa en luto
vengándose un jazmín que le envidiaba,
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125 | y le deja esqueleto así, y le priva
del alma natural vegetativa.
¡Condición arrogante!
¡que no sufras, jazmín, que las mayores
plantas estén delante
|
130 | porque tu verde red salpiquen flores,
sabiendo que crecer ni vivir puedes,
a no tenerte en brazos las paredes!
La vividora hiedra
¿qué hiciera el laberinto de sus lazos,
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135 | si amante, con ser piedra,
piadoso el muro no le diera abrazos?
O ¿cómo, no trepando al verde colmo
fuera la vid tan alta como el olmo?
Cuanto el cielo sustenta
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140 | precisa ha menester defensa alguna;
todo el favor lo aumenta;
hasta el inmenso mar crece en la luna;
que nunca vi medrar, o es monstro raro,
planta sin sol ni ingenio sin amparo.
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145 | Cual quedan en la guerra
manoplas, golas, petos y celadas
sembrados por la tierra,
y entre el sangriento humor rotas espadas,
así del viento bárbaros rigores
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150 | rompieron ramas y sembraron flores.
Suspenso yo le dije:
¿Qué es esto, huertecillo? ¿Qué fortuna
tan áspera te aflige?
¿Cuánto la envidia en humildad ninguna
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155 | fue tan cruel? ¿Si el verte tan florido
el exorcismo desta nube ha sido?
¿Qué mucho que desprive
la envidia al siete veces cónsul Mario
y que al suelo derribe
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160 | la gloria militar de Belisario?
¡Mas tú, mas yo, venganzas tan crueles!
¿Por qué triunfos, jardín? ¿por qué laureles?
Si fueras el hibleo
de España, Aranjüez, no me admirara
|
165 | que su feroz deseo
en tu rëal grandeza ejecutara;
mas átomo pensil, verte me admiro
el verde blanco de su helado tiro.
Consuélate conmigo,
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170 | que después de dos años pretendiente, –
los servicios no digo,
que fuera memorial impertinente;
basta que sepas tú que me pareces,
pues que te pierdes más cuanto más creces, –
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175 | áspero torbellino,
armado de rigores y venganzas,
súbitamente vino
a deshojar mis verdes esperanzas,
haciendo el suelo alfombra de colores
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180 | tantas hojas escritas como flores.
No fuera el gran monarca,
porque viviera yo, menor planeta,
pues cuanta tierra abarca
y ciñe el mar se le rindió sujeta,
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185 | que iguales mira al águila y algrillo
aquel topacio del celeste anillo.
Corre sin desclavarse
del folio de zafir, alma del mundo,
múdase sin mudarse,
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190 | de la naturaleza autor segundo,
rey de la luz con paz de su armonía,
hacha inmortal donde se encierra el día.
Si bien hay tierra adonde
ni aun con oblicuos rayos su grandeza
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195 | a su nadir responde,
tal es de mi fortuna la aspereza,
que no me alcanza el sol, ni me ha servido
haber junto a su eclíptica nacido;
ni mi fortuna muda
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200 | ver en tres lustros de mi edad primera
con la espada desnuda
al bravo portugués en la Tercera,
ni después en las naves españolas
del mar inglés los puertos y las olas.
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205 | Estoy seguro y cierto
de que ha de haber quien a los dos murmure,
mas no te espantes, huerto,
de que esta narración tanto me dure,
que como fui soldado de una guerra,
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210 | cuéntolo muchas veces en mi tierra.
Ni menos el estudio,
ejercicio también de su alabanza,
pero fatal preludio
del suceso infeliz de mi esperanza,
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215 | pues que dimos los dos en tantas sumas
tú al suelo flores y yo al viento plumas.
No es posible que falte
quien tu humildad castigue de que llore
el blanco y rojo esmalte,
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220 | que tu edad juvenil rompe y desdore
intempestiva furia de agua y viento,
pues vives el más ínfimo elemento.
Fuerte filosofía,
retirada vejez, pero contenta,
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225 | que la fortuna mía
con el breve camino el paso asienta;
si algunas esperanzas he perdido
sólo del tiempo estoy arrepentido.
Si yo no canto, basta
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230 | que otros canten por mí lo que yo lloro,
voraz el tiempo gasta
torres de vanidad, montañas de oro;
único sol no padeció rüina,
cándida Virgen, la virtud divina.
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235 | Ésta, príncipe claro,
sublime en vos y altísimo ornamento
de vuestro ingenio raro
os hace amable a todo entendimiento;
que si el alto nacer sólo ennoblece,
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240 | ¡dichoso el que obra el premio que merece!
Huerto, desta ribera
para siempre se fue, ¡qué infausto día!,
la dulce primavera
que con su hermoso pie te florecía;
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245 | por eso te faltó sereno el cielo
y a su occidente sol siguióse el hielo.
A mí me daba vida
y a ti te daba flores. Ya la muerte
con su veloz partida
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250 | en estériles campos nos convierte,
que a vivir estos valles, no lo ignores,
a mí me diera siglos y a ti flores.
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